jueves, noviembre 08, 2007

BOLETOS, PASES Y ABONOS


Esta sentado en un vagón de tren, mirando pasar el río, la rivera empetrolada, los galpones de Tolosa, otras cosas. Pero nada. De pronto le vienen recuerdos de cuando la instrucción militar, tan temprano, con el alma en la mano y la esperanza de volver pronto. Y así fue.
Pero este viaje, es distinto. Sigue pensando en el destino, una ciudad con muchísimos árboles, diagonales y una hembra que lo espera.
Y el vaivén del tren lo sigue envolviendo. Una brisa tibia por la tardecita, la noche, o pleno día, y muchas más. Tantos viajes, tantas cadencias y el tren sigue que te sigue con su cordial bamboleo, que se parece en algo al de la rubia de la calle uno. Imponente, hermosa, casi imposible. Perfecta. Y ahí esta todo su secreto.
Y sigue. Y la espesura de la Estación Plátanos invade toda la escena como en una pintura de Barreda. Un verde que se mete por las ventanas, por las puertas, pero que siempre trata de evitar al guarda. Y comenzamos a ver la ciudad, tímida, que se mete, como por descuido en el camino del tren. Primero, algunas casas, luego una cerca a ambos costados y las calles prosiguiendo la maravilla. Él sigue extasiado, por el paisaje y por la sorpresa que le espera. Su sorpresa hecha mujer. Su olor, su piel, su altura invencible. Las casas pronto le abren paso a los paredones. Tanto aceite le marca la llegada. El galpón y la gente de la estación. Ahora a caminar por las calles de La Plata. Rogando que la rubia, este en la pensión esperándolo.