martes, junio 08, 2010

AMOR EN BRAILLE


Estático. Casi eterno. Ladera arriba, un cerro mira empalagado el relámpago intermitente de la mole de enfrente, no se cuántos pisos hacia el cielo. Un edificio. Y el destello que sale de una ventana, y de esa ventana, esa forma de amarse que los caracteriza. Luminoso. Inefable, imposible. Las manos, expertas, se florean con un amorcito en braille. Todo un lujo, si pensamos en toda la gente que no sabe amar. Toda esa masa de informes muñecos, sin hilos aparentes. Sin alguien que hable por ellos. ¿Que loca la vida, no? ¡Qué vacío en el tiempo!

Qué sosiego mas maldito es el que le da el cuerpo de ella. Apenas se deshace de él, vuelve en forma de sal y se piensa, y sin tregua le lame sus recuerdos, de a ratos, hace de a poco, lento.

El lo aplaude (al cuerpo de ella). Saca risas, vítores y clarines (el cuerpo). Es como un capocómico, que venera, función tras función, el misterioso mantra que repite embelezado. Solo espera una salida más para poder escapar del hastío y el desamparo. Entre medio, la ovación.

O sino también, en las llanuras. Otro escenario. En la habitación del sueño, durante la penumbra de su mágico “te quiero”, en medio de la pirueta circense, bajo un alero de vientos blancos que sigilosos se pasean por el cuarto. En las alturas, y mueven las cortinas rojas. ¿Será que vienen a festejar su festejo, el de ellos? O están celosos y los repudian al son de un clarinete ensordecido. Que raro no saber qué forma tiene el amor. Que raro no saber, y aun así seguir jugando.