Desastre. Des astro.
Resumen.
Un cometa entrometido y muy
impertinente esta atado a la gravedad de un pequeño gran planeta.
Distinguido. Interesante. Sexy.
Nuestro cometa no puede dejar de
trasladarse al rededor de él. Contando su órbita en días, horas,
minutos. “No puedo evitarlo” dice casi resignado. Dicen que la
gravedad dobla el tiempo y la luz. Es la única constante. La
gravedad.
Mientras, el pequeño gran planeta sigue
su curso, inexorable, con propiedad, ve de reojo la estela blanca del
tunante cometa. Sinvergüenza. Que como sin querer queriendo, le tira
alpiste. Le tira besos. Le tira el hilo deshecho de su cola de hielo y estrellas.
Y nuestro pequeño impertinente no
se da por vencido. Se bambolea, se acerca, se mece, se estira. Y poco
a poco va arrimándose a su destino, esa masa esférica llamada planeta.
Cuerpo celeste.
De mas esta decir que el cometa se
abalanzó y trató de aterrizar en la superficie del pequeño gran
planeta. No sabía por qué debia hacerlo. Era una orden como la del salmon que corre corriente arriba. Era casi animal... pero el era tan solo un cometa. No entendía la realidad sin ese objetivo ciego.
Aterrizó. Podríamos decir. Chocó
contra la superficie de manera torpe, anciosa, descuajeringada. Abrazó, con su ser-cometa, la piel planetaria de su objeto de deseo. La besó. La
acarició, la abrazó mucho. Mucho, mucho.
Le dijo cosas lindas y cosas sucias.
Todo esto mientras se sacaba los escombros de su pequeña entidad.
Mitad hielo, mitad roca.
Des astros. De los astros. De ahí
viene desastre. Como el maldito augurio de la estrella que dejaba solo caos a su paso. Como podríamos llamar a ese encuentro estelar. Furtivo, audaz, casual pero inexorable. Fue eso. Un desastre. Pero fue la cosa mas linda del mundo. Y el asteroide fue, por un breve
lapso, profundamente feliz.