viernes, junio 18, 2010

EL CASORIO DEL DIOSA SHIVA


Pétalos de jazmín, tan olorosos como los que robaba en Temperley de pibe, esos eran los pétalos que el diosa Shiva llevaba en su cabello, el día de su boda. Su matrimonio, el casorio, perentorio y machucado de ideas. Es que no vieras, sino, la dulce monotonía a la que ella se dispone. Incontrolable poema que recita todas las noches como un mantra. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.


Mientras tanto, los parientes yacen desparramados, todos durmiendo en el jardín y el patio, debajo de la parra, mientras la casa entera duerme, se prende en sueño de dioses y de olimpos. Y desde la India reclaman pertenencia, y por su ciencia ha caducado la marca que recita, bonita, todas la noches. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.


Y se viene el día de los días, en postreras representaciones, en relicarios piadosos, divinos, en estampitas doradas, con rococó rosado. ¡Que encanto! El diosa de vulva grande y reluciente. Con caderas firmes y piernas largas. Que entre gemidos de amor, hace la guerra, y entre medio del espanto, dedica una plegaria. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.


Ya se fueron todos los invitados, el diosa Shiva lava los platos de su matrimonio arreglado. Ahora a formar parte de los libros, de los rezos, de los creyentes. En la cama, todos los regalos. En la pieza de soltera, ahora de visitas, las valijas para el viaje. Ya no queda tiempo para el amor. La cabeza manda. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.