martes, junio 22, 2010

QUERIDA


Disculpe que insista, querida,

pero es imprescindible su colaboración

para saber dónde se me ha perdido

la muchacha que hace un rato

estaba aquí conmigo

echando aceite en mi lamparilla,

tratándome como a uno de la familia.


No sabe con cuánto mimo

cuida esas cosas que usted tanto desprecia en mí.

Vea mis dedos desde que no la toco

menguando entre mis propias manos poco a poco.

Me vienen anchos los pantalones,

hablo solo y sufro alucinaciones.


¿Le importaría darse la vuelta?

Déjeme verla de frente,

póngase aquí en la luz junto a la puerta.

¡Se le parece tanto físicamente!


Y avíseme si volviera,

no es por capricho,

le juré amor eterno y no quisiera

quedar en entredicho.


Y parece todo tan fácil

como extender la mano,

y es tan lejano

y tan frágil,

que estoy tentado a emprender hoy mismo

un curso acelerado de transformismo.


Esconda las uñas, querida,

no soy el enemigo,

no es ésa mi intención.

Sólo sospecho que es usted quien esconde

contra su voluntad

algo que me corresponde.

Póngale fin a ese disparate,

vengo dispuesto a negociar el rescate.


¿Le importaría que eche un vistazo

por sus intimidades,

que me dé un chapuzón entre sus brazos

prescindiendo de las formalidades?


Avíseme si volviera,

no es por capricho,

le juré amor eterno y no quisiera

quedar en entredicho.


J.M.Serrat

viernes, junio 18, 2010

EL CASORIO DEL DIOSA SHIVA


Pétalos de jazmín, tan olorosos como los que robaba en Temperley de pibe, esos eran los pétalos que el diosa Shiva llevaba en su cabello, el día de su boda. Su matrimonio, el casorio, perentorio y machucado de ideas. Es que no vieras, sino, la dulce monotonía a la que ella se dispone. Incontrolable poema que recita todas las noches como un mantra. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.


Mientras tanto, los parientes yacen desparramados, todos durmiendo en el jardín y el patio, debajo de la parra, mientras la casa entera duerme, se prende en sueño de dioses y de olimpos. Y desde la India reclaman pertenencia, y por su ciencia ha caducado la marca que recita, bonita, todas la noches. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.


Y se viene el día de los días, en postreras representaciones, en relicarios piadosos, divinos, en estampitas doradas, con rococó rosado. ¡Que encanto! El diosa de vulva grande y reluciente. Con caderas firmes y piernas largas. Que entre gemidos de amor, hace la guerra, y entre medio del espanto, dedica una plegaria. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.


Ya se fueron todos los invitados, el diosa Shiva lava los platos de su matrimonio arreglado. Ahora a formar parte de los libros, de los rezos, de los creyentes. En la cama, todos los regalos. En la pieza de soltera, ahora de visitas, las valijas para el viaje. Ya no queda tiempo para el amor. La cabeza manda. El diosa, en ébano resplandeciente. Con cara de marfil negro y ratón. Tiende su mano.

martes, junio 08, 2010

AMOR EN BRAILLE


Estático. Casi eterno. Ladera arriba, un cerro mira empalagado el relámpago intermitente de la mole de enfrente, no se cuántos pisos hacia el cielo. Un edificio. Y el destello que sale de una ventana, y de esa ventana, esa forma de amarse que los caracteriza. Luminoso. Inefable, imposible. Las manos, expertas, se florean con un amorcito en braille. Todo un lujo, si pensamos en toda la gente que no sabe amar. Toda esa masa de informes muñecos, sin hilos aparentes. Sin alguien que hable por ellos. ¿Que loca la vida, no? ¡Qué vacío en el tiempo!

Qué sosiego mas maldito es el que le da el cuerpo de ella. Apenas se deshace de él, vuelve en forma de sal y se piensa, y sin tregua le lame sus recuerdos, de a ratos, hace de a poco, lento.

El lo aplaude (al cuerpo de ella). Saca risas, vítores y clarines (el cuerpo). Es como un capocómico, que venera, función tras función, el misterioso mantra que repite embelezado. Solo espera una salida más para poder escapar del hastío y el desamparo. Entre medio, la ovación.

O sino también, en las llanuras. Otro escenario. En la habitación del sueño, durante la penumbra de su mágico “te quiero”, en medio de la pirueta circense, bajo un alero de vientos blancos que sigilosos se pasean por el cuarto. En las alturas, y mueven las cortinas rojas. ¿Será que vienen a festejar su festejo, el de ellos? O están celosos y los repudian al son de un clarinete ensordecido. Que raro no saber qué forma tiene el amor. Que raro no saber, y aun así seguir jugando.